Biografía

Santa María Josefa: Una Vida de Entrega

El frío invierno de 1842 recibió en Valencia a una pequeña que cambiaría la vida de muchos. María Josefa del Corazón de Jesús Sancho de Guerra, nacida el 7 de septiembre, llegaba a un mundo que necesitaba desesperadamente de corazones compasivos.

Desde muy temprana edad, María Josefa mostró una sensibilidad especial hacia el sufrimiento ajeno. Las calles de Valencia, con sus contrastes entre la belleza arquitectónica y la pobreza de algunos de sus habitantes, fueron su primera escuela de compasión. Su madre, que notaba esta inclinación natural de la pequeña, solía decirle: «Hija mía, la verdadera nobleza está en el corazón que sirve.»

A los 18 años, cuando muchas jóvenes de su época soñaban con bailes y matrimonios ventajosos, María Josefa sintió el llamado inequívoco de la vocación religiosa. «No puedo ignorar las voces de aquellos que sufren», escribió en su diario. Ingresó en el Instituto de las Siervas de María, donde su espíritu de servicio encontró un cauce natural.

Sin embargo, el destino le tenía preparado un camino aún más desafiante. En 1871, guiada por una profunda inspiración interior, fundó el Instituto de las Siervas de Jesús de la Caridad en Bilbao. «No basta con curar el cuerpo», solía decir a sus hermanas, «debemos llevar esperanza a los corazones.»

Las calles de Bilbao se convirtieron en su nuevo hogar. Junto a sus compañeras, atendía a enfermos en sus domicilios, sin importar la hora ni las condiciones climáticas. Las noches de vigilia junto a los moribundos, el consuelo a las familias afligidas, y la atención a los más necesitados marcaron su vida cotidiana.

En medio de las dificultades que enfrentaba su congregación, María Josefa mantenía una serenidad admirable. «Cada obstáculo es una oportunidad para demostrar nuestro amor», repetía a sus hermanas cuando las cosas se ponían difíciles. Su fe inquebrantable y su determinación llevaron a la expansión del Instituto, que pronto se extendió por toda España y llegó hasta América.

Los últimos años de su vida fueron un testimonio de coherencia con sus ideales. Incluso cuando su salud se deterioraba, seguía preocupándose por el bienestar de los demás. «El amor no conoce el cansancio», susurraba mientras continuaba su labor hasta donde sus fuerzas se lo permitían.

El 20 de marzo de 1912, María Josefa partió de este mundo, dejando tras de sí un legado de amor y servicio que perdura hasta hoy. Sus últimas palabras fueron una síntesis perfecta de su vida: «Todo por Jesús y por los enfermos.»

La historia de Santa María Josefa nos recuerda que el voluntariado no es simplemente una actividad, sino una forma de vida. Su ejemplo nos muestra que la verdadera vocación nace del amor y se mantiene viva a través del servicio desinteresado. Como ella misma enseñaba: «No hay mayor alegría que la de dar alegría a los demás.»

Su canonización en el año 2000 por el Papa Juan Pablo II no fue más que el reconocimiento formal de lo que muchos ya sabían: que la vida entregada al servicio de los demás es el camino más seguro hacia la santidad.

Hoy, las Siervas de Jesús continúan su labor en hospitales, residencias y hogares, manteniendo vivo el espíritu de su fundadora. El ejemplo de María Josefa nos interpela en un mundo que necesita, más que nunca, personas dispuestas a entregar su vida por el bien de los demás.

Su vida nos enseña que la vocación no es un camino fácil, pero sí un camino que llena el corazón de sentido. Como ella demostró, cuando el amor guía nuestros pasos, no hay obstáculo que no podamos superar ni vida que no podamos tocar con nuestra entrega.